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14.-LA GRAN SABANA. Al fin, alcanzamos la cima y ganamos la batalla; se.– gttimos caminando por una selva de terreno no tan esca– broso y, a las tres horas, apareció ante nosotros, de gol– pe, la ansiada región, ¡la Gran Sabana! La honda satisfacción que experimenta el navegan– te cuando divisa tierra, después de bogar muchos días por alta mar; el júbilo de quien ha permanecido largo tiempo entre tinieblas al salir a la luz, tal fue la impre– sión que inundó mi espíritu al salir a este espacioso cam– po, después de haber trepado por espacio de seis días los escarpados cerros, húmedos y sombríos, que apenas dejan filtrar un rayo de sol. La claridad meridiana deslumbradora; el inmenso campo de leguas y leguas que de un solo golpe abarcaba nuestra vista, ondulado por numerosas lomas alfombra– das de verde hierba, regado por tantas quebradas y ríos, cuyas riberas, cubiertas de frondosos árboles, semejan cintas que adornan su vestido ... ; las sierras que, como infranqueable muralla, la circundan... detrás, la cordi– llera de Lema que acabamos de atravesar; al Oeste, la de Perámán, con cinco cerros en fila y una gran torre tallado a escuadra que se yergue al fin, desnuda, sin una 1·etama, porque no tiene donde agarrarse; al Este la del Venamo, y detrás de ella el cerro de Urú, en cuya cum– bre hay una gran meseta y a los lados dos agujas o alme– nares; y, finalmente, allá en lontananza, línea casi Sur franco, cual nube tenue, el rey de todos los cerros, el Roroimá, sobre el que estriba la sierra de Pakaraimá. Tal es, en síntesis, el cuadro que a nuestros ojos se pre– sentó retocado con los más vivos colores, difíciles de re– producir. 120

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