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un reloj se disponía a atacar. ¡Situación horrorosa! ¿Por dónde huir? A un lado y otro, los precipios; tras de mí, los indios. El tenor me pa1·alizó. Contuve la respi– ración. Todo fue breve y ráp.ido. El indio que me se– guía, arrancándome el cayado, se empinó sob1·e la punta de los pies y... golpeó iracundo al reptil. Subo a la roca y contemplo el ofidio, que aún se re– torcía con movimientos reflejos. Era un bonito ejemplai· de elaps coralino, color rojo alternando con anillos ne– gros, blancos y verdes. La simetría y el contraste de los colores darían la apariencia de una culebrn artificial, si no se percibieran sus movimientos. Aunque algunos con– sidernn esta clase de ofidios como inofensivos, mas pos– tel'Íonnente he sido testigo rle la muerte de ganado vacu– no por la mordedura de ellos. Tras una pequeña hondonada con su . riachuelo de aguas frescas, sigue 011·0 cerro más alto, el de Uananapán. Paso a paso, sudorosos, jadeantes, vamos escalando l_a montaña pendiente y resbaladiza con auxilio de maro– mas, asiéndonos a las raíces de los árboles y piedras sa– lientes, pernoctando como los lechuzos donde encontra– mos un hueco algo confortable... , y así continuamos por espacio de tres días, que nos pa1·ec.ieron siglos, al borde de enormes precipios. Una noche, por no haber tenido la pl'ecaución de ais– lar bien las cargas, se llenaron éstas de tal cantidad de comején, que nos estropeó parte de los comestibles, pues no pudimos descastado y siguió durante el viaje ha– ciendo su obl'a desti·uctorn. Es preciso, siempre que se acampa en estos lugares, colocar las pl'ovisiones sobre unos palos, a considerable altura del suelo. 119
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