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vantes, llovió ininterrumpidamente, sin un claro, sin una pausa, y nosotros no podíamos salir de aquel lugar porque hallándonos en una especie de islita, las aguas de uno y otro lado bajaban con tal ímpetu que arrastraban contra los despeñaderos cuanto objeto se les pusiera de– lante, pequeño o grande. Ocurrióme uno de estos ociosos días que, al levantar– me por la mañana, encontré en la hamaca un alacrán de buena pinta, el cual, al parecer, había dormido al brigo de mi espalda, bien resguardado de la lluvia. Por eso quizá fue tan benévolo conmigo no clavándome su agui– jón venenoso. Mas, para que no repitiera el abuso de confianza, le mandé al otro mundo. Al fin, hasta donde alcanzaba la vista, las serranías fueron perdiendo su adustez, se alegraron los cielos y reinó el sol soberano en cerros y quebradas. Volvióse a oír el canto de las aves, de las cuales llamó poderosa– mente mi atención una que emitía cadencias armoniosas, esquisitamente puras y delicadas. Hice lo posible por ver– la, mas nunca lo logré, ni oírla cuando de propósito me ponía a escucharla. Y esto me ha sucedido en otras oca– siones posteriores. Contando el caso, me han informado conocedores de la selva que debe ser el pájaro que ellos llaman violín, el cual nunca se deja ver. Ciertamente, el sonido de aquella voz era muy parecido al de este instru– mento. Cargamos nuestros guayares y nos aprestamos para nuevos peligros. 13.-EN EL ULTIMO TRAMO DE LA ESCALERA. Trepamos por el macizo de A rakansak , por un estre– cho lomo casi perpendicular, a cuyos lados se abrían abi.s- 116
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