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Sito está en la garganta que, a modo de herradur a, forman los cerros de Manakavarái y Kurek, y es una gran piedra, con un pequeño montículo en medio, nítida y ter– sa por la corriente secular de las aguas que, con estrépi– to, bajan de las cumbres de los cerros, uniéndose en ese punto para correr juntas y fo1·mar el Cuyuní. Divísanse desde allí tres enormes cascadas, según caen del vértice niismo de los cerros a 200 o más metros, y que, ocultán– dose luego por la fronda, vuelven a aparecer en este pun– to para deslizarse cual sierpe de plata sobre la hlanca piedra. El azulado :firmamento, los rayos del sol que, al he– rir el vapor de agua condensada, crean en ellas irisados matices, el sosiego perturbado únicamente por el ruido de las aguas, que se despeñan en armóni<;a gama, y el canto de las aves, disipan la fatiga del terrible viaje y fortalecen los relajados miembros, para disponerse a es– calar la empinada muralla que se yetgue a su lado. La amenidad del sitio me brindó a quedarme otro día para reponerme mejor de las calamidades sufridas en los anteriores. Caí en la tentación, y en mala hora poi·• que al atardecer el cielo se encapotó, abriéndose luego en esclusas. Caía la lluvia con fuerza abrumadora. Mojado hasta los tuétanos, rendido por la fatiga, me acosté y se me fueron cerrando los ojos. Los indios, no teniendo donde guarecerse, fuernn colgando rn; chincho, :nos junto al mío bajo el mismo techo , el cual, vencido del peso, se desplomó. Sobresaltado del golpe, despierto, encontl'ándome aplastado por el 1·ancho y entre el agua. Lo peor de lo malo fue que las vituallas también se mo– j al'On. Excuso decir el .trabajo que pasamos para rehacer– lo en medio de la lluvia. D-urante cuatro largos días, inacabables, tristes y encr- ll5
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