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do el cuerpo. Bajé los ojos aterrado. Cuando los volví a levantar, el animal simiesco huía lanzando una carcaja– da horrísona que fue inmediatamente contestada por otro centenar de voces discordantes, las cuales semejaban toneladas de piedra rodando por una pendiente de latón. Poco faltó para que perdiera el sentido, lo cual no hubie– ra sido extraño en tales circunstancias, pues el silencio, la espesura, la soledad, el verme perdido en medio de ella, y ahora aquellos penetrantes aullidos de seres tan defor– mes, hacían subir la calentura de mi imaginación al tope <le la excitabilidad, y mi corazón daba latidos tan fuer– les como martillo de herrero sobre el yunque. Traté de rehacerme y cobrar ánimo; dejé que los mo– nos se burlaran a satisfacción de mí y seguí arrastrán– dome por entre la espesura hacia donde el sentido me llevaba. Llegué a un riachuelo, que recomponiendo mi itinerario, supuse debía ser el último atravesado, y seguí su curso encontrando a la media hora el lugar donde ha– bía iniciado mi desvío. «S.i se han dado cuenta de que falto, aquí vendrán a buscarme», dije dejándome caer agotado sobre el colchón de hojas secas. Como a las dos horas resonaron voces en la inmensa soledad, me dirijo hacia ellas y reconozco a los indios de mi comitiva, con los cuales seguí hasta el lugar donde habían acampado todos para hacer noche. Eran pasadas las seis y media, cuando llegamos caminando a tientas al sitio de descanso. 12.-LA LAJA, El tercer día acampamos en un rincón que los mi– sioneros hemos dado en llamar La Laja. 114

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