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me a una desolación .impresionante. Las emociones del día, el silencio que gradualmente se apoderaba del lugar al dejarse los indios vencer del sueño, los gritos de an·i– males que de cuando en cuando lo interrumpían, la SÚ· hita quebrazón de una rama en la altura ... Todo exci– taba mi sensibilidad. ¿ Cómo me atrevería yo a metenne por aquellos cami– nos de perdición y a dormir al bo1·de de unos precipicios donde acecha la muerte, para correr tras de unas almas que tal vez rehusarían entrar en el redil de Jesucristo, cuando tantas quedaban atrás ansiosas de escuchar la doc– trina salvadora?... Mas luego, acudieron a mi mente aque– llas palabras del divino Redentor: ((Yo os he elegido para que vayáis» ... porque ((Tengo otras ovejas, que no son de mi aprisco, las cuales debo recoger, y oirán mi voz». En busca de ellas caminó Jesús por los montes de Galilea y caminaría hoy por estos breñales, durmiendo al borde de estos mismos precipicios entre gente descono– cida. Y, confiando a sus designios la solución de riesgos tan pavorosos, me quedé profundamente dormido. Con el sueño reparé mis fuerzas perdidas y a la ma– ñana siguiente reanudé la marcha con nuevo vigor por sitios más difíc iles. Iba borracho de contemplar bellezas y bellezas naturaleb, que muchas, por ser idénticas a otras, sólo pecaban de monótonas. 11.-PERIHDO EN LA SELVA. A las dos de la tarde vadeamos un riachuelo y me senté al otro lado a ponerme los zapatos. Los indios, bien porque no se apercibieron de que yo me quedaba en esta operación, o porque juzgaron que allí no había 112
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