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10.-NOCHE EN LA ESPESURA A las seis de la tarde hicimos alto en la marcha. Los indios aligerados de sus cargas, cogen los machetes, y quién desbroza el terreno para la instalación del campa– mento, quién corta los palos u horcones que han de for– mar el rancho ; éste trae leña para el fogón, y el otro busca lianas para sostener la armadura o tinglado. Mientras lo arman y lo techan con hojas de palma, ayudado de otro indio instalo la hatería de cocina: clavo dos palos verticales terminados en horqueta; sobre ellos pongo otro transversal del que cuelgo la olla con arroz, y prendo fueg.o debajo. Mientras ésta hierve, aso unos pedazos de carne seca y hago los domplines que sustitu– yen Ja falta de pan. ¿Apetitoso este festín montañero? A mí me supo a mieles, y eso que el arroz no tenía aceite y mi estómago estaba aún algo estragado. La suculenta cena y el fresco del anochecer reaviva- 1·on nne: tros ánimos oprimidos por el peso de la carga y la fatiga ·del calor. Los indios colgaron sus hamacas, se tendieron en ellas e iniciaron un charloteo de palabras ininteligibles para mí, en medio de las cuales estallaban carcajadas que repercutían por la selva oscura. A nii men– te venían dudas de si esas carcajadas significarían franca amistad o traición que me estuvieran tramando. Junto a la cabecera tenía mi revólver, pero ¿ de qué me sirve? En cuanto caiga vencido del sueño, muy bien pueden levan– tarse sigilosamente, darme un empujón y lanzarme por estos despeñaderos. ¿Quién va a venir después a averi– guar la realidad del suceso? ¿ Quién va a exigir respon– sabilidad a quién?... Y que la averigüen y la exijan; ¿ a mí qué, si ya no pueden volvei'me a la vida? Confieso que las primeras noches no podía sustraer- 111

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