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8.- ¡CUIDADO CON EL AGUA! En amaneciendo que amaneció, empezamos a trepar las primeras cuestas de la montaña por un camino es– trecho como vereda de cabras. Seis peregrinos en fila de a uno, todos con su guayare al hombro; el último iba yo. también con mi carga a cuestas, mas no tan pesada como la de ellos. El terreno se hacía cada vez más abrupto y pedregoso, dificultado por las raíces salientes de árboles inmensos, de cuyas ramas colgaban un sin fin de lianas o bejucos, que venían a unirse con el follaje de las ma– tas rastreras, teniendo que abrirnos paso por entre la enmarañada espesura a fuerza de machete. Zigzagueába– mos sorteando los árboles, brincábamos los troncos muer– tos, emitíamos un respiro silbante detrás de cada paso dificultoso. A veces no había ni traza de sendero, y los indios buscaban cómo orientarse mirando a un lado y a otro, escudriñando cuanto pudiera servirles de guía, bien una huella vieja, bien un palo cortado. La orientación por los palos cortados es ciencia es– pecial de los indios. Cuando Ee meten en una espesura no traficada, cortan cada cierto trecho un tallo delgado o hacen incisión en el tronco de un árbol a la altura de un metro sobre el suelo, más o menos, y la cortadura o incisión les dice si el rumbo sigue derecho, o hacia qué lado debe torcerse. Esto les sirve para la salida, al regre– so y para orientación del que venga detrás. Caminábamos en silencio, subiendo lomas y bajándo– las por el lado opuesto, siempre cara a la sierra. El ambiente se hacía más pesado en proporción que nos adentrábamos, porque la espesura obstaculizaba la co– rriente de aire, manteniendo la atmósfera una alta sa- . turación de humedad pegajosa. El calor iba penetrando 108

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