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Desabl'Ochóse el cinto, del que pendía el suyo con unas cuantas cápsulas, y ofreciéndomelo, dijo: -Acepte, por favor, este regalo, y póngaselo de modo crue los indios lo vean. El miedo guarda la viña. Una vez más le agradecí su interés por mí y me em• harqué. 6.-LA SIERRA DE LEMA El lugar de los indios estaba sobre una pequeña loma despejada por las talas que habían hecho, y, como el día estaba cÍaro, desde ella pude contemplar hacia el Sur la sierra de Lema, por donde íbamos a subir, atravesán– do~e del Oriente al Ocaso como una mt1ralla ciclópea que quisiera obstruir el acceso a la Gran Sabana. Cubierta de lujurio~a vegetación hasta los morros, oculta así la escar– posidad de sus flancos y rinde pleitesía a la flora con su infinita variedad de plantas y arbustos. Sobresalen en la Hnea de la cordillera, como centinelas avanzados, cua– tro enormes montañas o baluartes, desde cuyas cumbres -atalaya gigantesca-, a no impedirlo la exuberancia de J:a vegetación, se dominaría toda la Guayana. Los indios han consagrado sus nombres. La primera montaña es Ueitepzii, que significa cerro del sol, por estar situado al Oriente; es un inmenso baluarte, al que por su forma le llamamos los misioneros La Torre; síguenle: Mana– kazwrái-tepuí, Kurek-tepuí y Muná-tepuí. En muy po– cas ocasiones pueden verse con claridad estas montañas, pues frecuentemente se hallan cubiertas de nubes. La lancha volvió a Morajuana y allí me quedé yo solo entre aquellos indios, cuyo carácter y cuyo idioma desconocía en absoluto ; ellos apenas entendían algunas palabras del mío. 105

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