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tes, los ojos desencajados de tan escudriñar el fondo de la batea, llega al mostrador de la estación sin oro, su– plicando otro avance, y así va aumentando su deuda, que tal vez nunca pagará, sin obtener otro beneficio que tra– bajos y enfermedades. Tal es la vida del minero: vida ruda y de azar. 5.-MIS C,OMPAÑER'OS DE VIAJE. La mañana siguiente temprano mandó el señor Su– . ere dos de los suyos a buscar los indios con la lancha, y antes de la diez estaban de vuelta. -¡Ah, padre sortario! -exclamó el señor Sucre al ver los indios-. Cayendo en el barranco y topando oro, ¿eh? - Vamos a ver -repuse-, de qué calidad es; no cantemos aún victoria. Y dirigiéndome a los indios, les dije: -¿Queréis venir conmigo? - A segiin -replicaron. -Quiero que me acompañéis hasta Luepá. -A según. -Si os portáis bien, allí os daré a cada uno mache- te, cuchillo, cobija, telas... ¿Hace? -Hace -contestó el jefe-. Pero yo queriendo tam• hién linterna eléctrica para que viendo camino. - ¡Guá ! ¡Mira el indio! ~exclamó uno de los mi– neros que presenciaba el contrato-. No conoce el candil y ya pide foco eléctrico. -Tienes razón. Toma -y le di uno que yo llevaba en la mano, que sin duda por esto lo pidió, porque me lo había visto. 103

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