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trador de la mina ; la tercera es un depósito, y la cuarta es un mostrador de los víveres y mercancías que los mi– neros pueden adquirir allí ja precio racional! Cuando un minero limpio de a locha -éstos son los aventureros de aquellos lugares- quiere trabajar en la mina, se presenta al administrador solicitando el permi– so y un avance de víveres para trabajar durante la semana. Si al administrdor le cae en gracia el sujeto, dale el permiso y el avance, entrando éste a explotar al– guno de los rabines que dan muestras de ser auríferos. Improvisa allí una choza de paja donde dormir, cocinar y guarecerse de la lluvia, y se pone a cavar la tierra has– ta que llega a la capa de formación . .Echa ésta en una batea y la va lavando con cuidado, metido en el arroyo hasta las rodillas, con la batea casi a flor de las aguas, que agita nervioso en sentido rotatorio. El agua, con el movimiento, va expulsando la tierra liviana mientras que el cascajo y el oro ( ¡si lo hay !) se van depositando en el fondo. Mete luego su mano y saca con pulso el cascajo. Las pupilas se le abren desmesuradamente si ve fulgu– rar alguna pepita del metal amarillo, y su corazón acele– ra el ritmo en proporción que la mano va llegando al fondo de la batea. Esto cuando ha tenido la suerte de caer en un rahín fecundo; ¡la suerte, sí!, porque el ha– llazgo de oro es sólo cuestión de suerte; no hay regla que lo precise ; la única regla es la del adagio inglés : Godl is where you find: «El oro está donde se hallai>. Al fin de semana saldrá gozoso a pagar su deuda en la estación minern, y le quedará algún haber. Pero si no lo hay, ¡qué tl"isteza ! Después de haber estado una semana durmiendo mal, comiendo peor, con los pies hinchados de estar tanto tiempo metido en el agua lavando barro, las manos entumecidas de separar casco- 102

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