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Atravesamos por todo sin hacer caso, y nos mete– mos en una lancha motora, la cual se despega rauda del puerto, alejándonos del mundo civilizado. ¿ Qué hay más allá'?... Ansioso y con la mira en el éxito me dejo lle– var, y, a medida que el motor avanza, mi admiración crece ante la frondosidad del terreno. Momentos emocionantes al divisar los raudales de Ki– notowak, temibles por su .impetuosa corriente, entre peñascos que surgen del fondo ; pero a los marineros no les arredran: saben por dónde bogan, y empiezan a arrostrar el peligro con tiento y cuidado. Parte de la tri– pulación, desafiando el miedo, se lanza al río para re– molcar la lancha. La poca profundidad no permite obrar al motor. Apelan a los remos y, sosteniendo una lucha titánica con los borbollones y el ímpetu de la corriente van avanzando pulgada por pulgada. A cada palmo que ganan los remeros, sigue una maniobra complicada de los afincadores, que meten las palancas por entre las pe– ñas para no perder lo ganado. Otro empuje de los reme– ros y otra maniobra de los afincadores. Tras una hora de músculos en actividad y nervios en tensión, ganan la batalla, cogiendo el remanso de la cima. Hacemos noche en el apacible recodo, y ¡otra vez en marcha! Las encantadoras escenas se suceden, emu– lando en profusión de matices. Todo sonríe a la vida y á la esperanza de un gran porvenir. -Ese río que baja por la derecha -me dice el se– ñor Sucre- es el Chikanán, que viene del límite de Kamarata; nosotros seguimos por el Cuyuní. Tanto éste como aquél, ambos son inmensamente ricos en la varie– dad de sus maderas e inexaustos en los tesoros de su suelo. Cuando el caucho tenía su valor, bajaban diaria– mente por estos ríos barcazas y barcazas cargadas de la 100
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