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a salir yo para la mina de Morajuana que tenemos en la margen del río Cuyuní, y hasta allí irá usted muy seguro, porque para mí será gran honor llevarle en mi compañía. Algo más arriba de esa estación minera viven por temporadas unos indios semisalvajes, conocedores de la ruta a seguir. Si logramos dar con ellos y persuadir– les de que le acompañen, le será a usted posible la en– trada en la Gran Sabana en medio de enormes peligrns y trabajos. De lo contrario, tendrá que regresarse usted con nosotros, pues no conozco persona civilizada aquí en Tumeremo capaz de guiarle a usted por aquel «infierno verde». Yo estoy a su disposición para servirle en to– do, menos para acompañarle hasta allá. -Por lo menos hasta Morajuana ya tengo quien me guíe, que son unos kilómetros. Veremos cómo allí me las arreglo para no volver. En el camino se enderezan las cargas, dice un refrán. Agradecíle muy de veras su ofrecimiento e informa– ciones y me retiré a preparar los suministros del viaje, que limité a una regular cantidad de aroz, carne seca, sal, harina, galletas, manteca y algunas conservas; quini– na contra el paludismo y algún antiofídico para la morde– dura de serpiente ; algunas telas y cachivaches para pa– gar a los indios que me acompañaran, y ciertas mercan– cías de que estaban necesitados los misioneros de Luepá. No faltaron curiosos bien intencionados que se lle– gaban a vei· mis prepativos aconsejándome que llevara ésto, lo otro, lo de más acá, lo de más allá... ; un revó1- ver para un imprevisto ataque, un fusil que asegurara el tiro contra las fieras, una escopeta de caza, unas bue– nas botas altas que me resguardaran los pies de culebras y alimañas, un filtro para no beber agua cenagosa, una 98

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