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tuación de ánimo pueden ser un combustible apto pa– ra avivar la llamarada' del optimismo. ¿No os encon– tráis eufóricos al despertar un día de primavera lim– pia cuando brilla el sol y cantan os pajarillos? Es la dimensión telúrica del gozo y de la esperanza. Los místicos apuntan que el bienestar físico contribuye al bienestar espiritual. El optimista es integrador y a:::iierto, posturas am– bas de madurez humana y espiritual. La expresión h.istórica que entraña más certera y definitivamente el optimismo es de San Agustín, no del joven vacilante y turbado, sino del hombre madu~o. Y es una expre– sión paradójica que conviene exprimir hasta sacarle todo el jugo. Agustín se encuentra ante sí mismo y so– mete su conciencia a una revisión rigurosísima. Hom– bre de gran corazón, no ha podido resistir la tentación del amor. En esta época, Agustín no buscaba la car– ne, sino el don profundo de sí mismo, pero se sentía excesivamente atado, a·1~0 así corno encarcelado en la carne. Y es en este contexto cuando brota de su al– ma la expresión más optimista del mundo: "¿Hasta cuándo, hasta cuándo ha de durar el que yo diga mañana y mañana?" Es la plena convicción de que ese mañana llegará, que tiene que llegar aunque se cuartee el alma como una nave entre los escollos. Mañana es un grito de an– gustia, pero de angustia esperanzada, de certeza ab– soluta de que ese mañana está amaneciendo. Mañana es la vehemencia del hombre que pone tanto esfuerzo en que sea ya hoy -ahora mísmc- que le duele que dure tanto su llegada. Más que la evasiva cobarde es, en el fondo, la lucha del que espera y sabe que se aferra a una esperanza segura. Más que el grito de la impotencia, es la espera del optimista. 165
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