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y su testimonio, aunque haya perdido vigencia su obra personal en la Iglesia. No se puede olvidar que las actitudes tienen hoy una gran transcen– dencia y un gran poder de arrastre. Lo viejo es a veces lo más codiciado porque, como el vino viejo, tiene "solera de siglos". La tradición exige un gran respeto y una gran fidelidad porque hila muy fino y no deja pasar artículos de contraban– do. La historia dirá mañana qué novedades de hoy tenían la suficiente carga humana y la ade– cuada profundidad para resistir al tiempo. Estos puntos indicativos se refieren más bien al contenido de la renovación. No hay que ser tímidos y quedarse en la superficie. No son sólo formas exter– nas, costumbres y elementos decorativos. La reforma ha de ir a los centros neurálgicos de la mentalidad, en– foques, contenidos, modos de ser y de actuar. Si se conjugan armónicamente la seguridad doctrinal -cla– ve fundamental para evitar la turbación y el confusio– nismo- con la apertura a nuevas formas de pensar y de sentir y de actuar- conciencia responsable de los cambios profundos porque pasa el mundo de hoy, se habrán puesto las bases sólidas para una renovación adecuada. El sano pluralismo admite e incluso requiere estas actitudes que no son opuestas sino "complementa– rias". Es necesario que en la Iglesia haya un sano in– conformismo que lleve al ensayo de formas nuevas, de iniciativas audaces, de arriesgadas experiencias. Pero es necesario al mismo tiempo, que se contrasten y se ponderen maduramente estas iniciativas, reformas y experiencias. No digo que se frenen o se obstaculicen por el simple hecho de ser nuevas. Sino que se "revisen" para ver la cara y la cruz de las mismas. Y, un hecho 162
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