BCCCAP00000000000000000000739

la Iglesia. Está bien buscar el lenguaje adecuado para el hombre de nuestro tiempo. Pero con tal de que no peligren las realidades de bien y mal ni los dogmas inmutables. El deseo de mejorar las estructuras es legítimo en el fondo y es un empeño que debe encararse a nivel personal y colectivo. Lo que pasa es que el progresista intenta la renovación de un modo alocado e intempe– rante. Una obra de esa envergadura precisa reflexión, tiempo y maduración. La historia no perdona las prisas ni las turbaciones que precipitan artificialmente el pro– ceso normal de los acontecimientos. El progresista ex– tremo comete un pecado grave contra la historia por– que no sólo ignora o margina la tradición sino que quiere provocar una ruptura violenta con ella. Ahora bien, esto es presunción e ingratitud. Es también, en ciertos matices, "arqueologismo". Cierto que en toda renovación hay que ir a las fuentes primi– tivas, donde todavía no se han enturbiado las aguas con los aluviones, pero sería nefasto y empobrecedor echar por la borda la sabiduría, la experiencia, las rea– lizaciones de tantos hombres y de tantas instituciones ejemplares. El cristianismo se ha ido enriqueciendo por acumulación ya que siempre ha habido en la Iglesia hombres egregios que han sabido presentar a Cristo de un modo adecuado y de suma eficacia pastoral. ¿Puede un hombre honorable y sensato renunciar a las catedrales para meterse en las Catacumbas? La evolución, sí. La ruptura violenta con los eslabo– nes que han ido creando hombres sabios, santos y ejemplares, no. Una cosa es podar las adherencias y las ramas secas porque no sirven y otra despreciar au– ténticos valores que nos dejaron nuestros antepasa– dos. 154

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz