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se al riesgo y en toda obra humana hay limitaciones y abusos, el integrista no juzga al sistema por su idea– rio sino por los abusos, no por sus principios, sino por la realización concreta que puede tener -y de hecho casi siempre tiene- sus fallos. No se juzga ya al sistema sino a los hombres que lo encarnan, lo cual es equívoco. Sobre todo cuando se califica el sistema por los que no lo representan adecuadamente. Es como juzgar el sacerdocio por los malos sacerdotes. El sacerdocio es radicalmente bue– no; los que son desedificantes son algunos de sus re– presentantes. El progresismo no se puede entender a través de los extremistas, frívolos y alocados, sino por su íntima estructura ideológica. Como consecuencia de esta trasposición nace el confUsionismo. Cuando se incide en los fallos de rea– lización -en las personas y no en la ideología- apa– recen en primer plano los fallos inherentes a toda ins– titución humana. Nace con ello una instintiva descon– fianza ante la libertad que se p~esta ,a tales abusos. No es un ataque a la libertad sin:) a los abusos. En el ardor de la polémica se personaliza en exceso e in– conscientemente se mediatiza a libertad que -en esos casos particulares- ha sido mal empleada. Se ponen sobre el tapete las exageraciones, los abusos, las intemperancias de los extremistas. Y vienen las denuncias: llaman libertad al libertinaje, a la insumi– sión, a la rebeldía, a las evasiones. El progresista extremo está al borde de la infideli– dad a la fe. El desprecio hacia todo lo pasado, el in– moderado deseo de novedades le llevan a un histori– cismo peligroso para el dogma y la moral. El relativis– mo está en la pendiente escurridiza de la negación de conceptos absolutos a los que n:.mca puede renunciar "153

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