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lo hace de un modo ostentoso. Es un monopolizador de la honradez, una honradez casi profesional, a la cua! se consagra por derechos de casta. Sufre cuando no es advertido e imposta la voz y el gesto: en la iglesia taconea fuertemente y sube hasta el presbiterio; en los banquetes quiere la presidencia o los puestos más destacados; en la sociedad quiere ser llamado y conocido con nombres de honor y je– rarquía: maestro, padre, jefe. No le sirve su domicilio para rezar porque pasaría inadvertida su presencia. En moral, es leguleyo, rigoroso -de cara a los seme– jantes, pero de una increíble manga ancha respecto de sí mismo- y amigo del anatema. Es moralizante, no moralista. Se pierde en un "casuismo" libresco y carece de amplitud de criterios. Busca afanosamente la popularidad sin reparar en los medios. En este momento aparece Cristo en el es– cenario. Cristo es el polo opuesto: bondadoso, amplio de criterios y de corazón, auténtico de pies a cabeza, valiente e intuitivo. Tiene todas las virtudes y calida– des del líder. Tiene "don de gentes" y el pueblo lo si– gue con entusiasmo. Es popularísimo: la gente habla de él y lo sigue. Los fariseos se sienten desplazados y empiezan su campaña persecutoria. Al principio no dan la cara pero se mueven, intri– gan, azuzan al pueblo en contra de Cristo, En sus re– uniones aflora la más triste y enconada envidia: ¿Qué hacemos?. Si no tomamos la cuestión en serio y actua– mos pronto, todo el pueblo se irá detrás de él. La cam– paña se recrudece desde el momento en que Cristo los desenmascara de un modo abierto y valiente. Inten– tan desprestigiarlo por todos los medios: No puede ser un hombre de Dios puesto que quebranta las tradicio– nes de los antepasados. Y si no cumple la ley, ¿cómo 140

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