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y se recibe, que no obedece a razones objetivas sino a la malicia y a la perversidad del corazón. Los fari– seos se escandalizan porque Cristo es "amigo de pu– blicanos y pecadores", porque come y bebe con ellos, porque no hace caso de las tradiciones cuando se oponen a la justicia, a la caridad o a la instauración del reino del espíritu. Se escandalizan por hechos in– significantes, ellos que se tragan gravísimos preceptos de la ley natural como quien bebe un vaso de agua. El fariseo es un profesional de la "ley del embu– do". Quieren sacar la paja del ojo del hermano y no ven la viga en el suyo. Critican acerbamente los defec– tos y los fallos del prójimo y disculpan los enormes errores y los fallos de formación y de conciencia en sí mismos. Presentan un programa de perfección exigen· tísimo y viven como burgueses. Denuncian sin compa– sión defectos que tienen ellos mismos en grado super– lativo. Quieren que se haga justicia y que se castigue con dureza pecados que, en comparación con los su– yos, son insignificantes. Por eso el Señor, que lee en los ojos y en los corazones, les reta valientemente: "El que de vosotros esté sin pecado, que arroje la piedra el primero". Cuando le presentan a la mujer sorprendida en adulterio, el Señor se inclina y escribe sobre la arena. Y empieza la desbandada, empezando por los más viejos ... Con esta radiografía de largo alcance a la vista, no es extraño que Cristo -que siempre bendice, com– prende y perdona- los humille y los maldiga. Las mal– diciones del Maestro son duras, tremendamente duras y conviene recordarlas para completar la semblanza del fariseo. Como un látigo de fuego pegan y abrasan las palabras amenazantes de Jesús. -"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, 138

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