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El auténtico hombre de Dios ::;.e sitúa en una per– manent.e conversión porque sabe ;:iue la meta de per– fección -ser perfectos como el Padre que está en el cielo -es inabarcable y, por lo mismo, inalcanzable. Siente el abismo entre su fragilidc.d y la grandeza del Señor. "Dios mío, ¿quién sois vos y quién soy yo?" Distancia infinita que sólo Dios pJede salvar rebaján– dose amorosamente. La ejemplaridad externa del san– to se explica como una redundancia de su interior pu– ro, como una proyección luminosa de su espíritu lleno de luz. El hombre de Dios no busca ser tenido por santo, sino que Dios sea glorificado por sus buenas obras. El fariseo se busca a sí m smo como punto de referencia y como fin. Su ejemplaridad es artificiosa y superficial. No se convierte a Dios sino a sí mismo. El fariseo supervalora la letra que mata y vive .al margen del espíritu que vivifica. Se llena de tradicio– nes, de leyes, de glosas. Es un leguleyo que se atiene escrupulosamente a las mil sutilezas de una ley que es alérgica a todo contenido espiritual profundo. Con tal de cumplir las "tradiciones de los hombres", la jus– ticia, la honradez, la verdad, el rrismo Dios no cuenta para nada. El caso más trágico en la historia de la hu– manidad es la muerte de Cristo. No tuvieron reparo en denunciarlo como ''enemigo del César", a pesar del odio que sentían a los romanos. Y es que los fariseos se alían con el mismo diablo con la insinuación reti– cente, la difamación, la calumnia para quitarlo de en medio. Azuzaron al pueblo para que pidiera su muer– te. Y luego hacían aspavientos m:>jigatos para no que– brantar sus leyes y tradiciones oscuras y vulgares. Los fariseos son fríos e implacables con los caídos. Se escandalizan sin motivo. De aquí proviene lo que se llama "escándalo farisaico", que es el que no se da 137

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