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interesan. A su lado viven hombres de gran talla inte- , lectual, política, moral, religiosa. Es posible que el mundo pase por crisis graves que afectan sensible– mente a la humanidad. No importa. El narcisista no de– jará un sólo instante de mirar embelesadamente su imagen en el espejo y no se preocupa para nada de las drogas, de los secuestros aéreos, de la inmorali– dad pública, de la injusticia soci2I, de las guerras, de la muerte, de la eternidad. Aquí sí que es verdad que "el árbol impide la vi– sión del bosque". Eso aún en el caso, muy frecuente, de que el narcisista sea un hombre mediocre en to– dos los sentidos. El narcisista es un tipo singular que vive de espaldas a la realidad, que desconoce lógica– mente la labor de los demás, que rehuye por íntima convicción exclusivista a los demás. Es un hombre in– capaz de toda colaboración a no ser que sea invitado a ocupar el primer puesto, donde sea notoria su pre– sencia y pueda adquirir cierto relieve. Es un hombre que apetece los primeros puestos a semejanza de los fariseos con quienes tiene cierta afinidad moral. Su procedimiento socorrido es el clarinazo: hay que dar toques de atención para que se sepa quién es uno. En la sobremesa, en la tertulia, en una conversa– ción cualquiera se amaña de manera que todo el mun– do se entere de lo que hace, de lo que trabaja, de lo que proyecta. Con frecuencia, el narc sista es un vanidoso tan infeliz que aparenta preocuparse por los demás. Presenta sus éxitos, agrandados por la óptica mendaz del espejo, en éxitos de la colectividad a la que per– tenece. El po!ítico habla con frecuencia de que su em– presa ha redundado en gloria de su pueblo: "Gracias a esta gestión mía se han derribado muchas fronteras y empiezan unas relaciones más cordiales entre nos- 133
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