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nes de la vida. Ya es clásico el :::aso de que quien presta dinero a un amigo, pierde el dinero y pierde el amigo. No sé qué complejo de i,ferioridad acompa– ña a quien se ha sentido ayudado. El caso es que el ami– go a quien prestamos dinero nos rehuye y ya no nos saluda y que quien ha sido favorecido con esplendidez en el plano social nos rehuye come si se sintiera ofen– dido. Que ¿qué has hecho? Senci lamente, eso: favo– recerle, echarle un cable, sacarle de una situación de apuro. Tu presencia le recuerda SJ incapacidad para hacerse camino personalmente. Y esto es humillante para e! resentido que no quiere deber nada a nadie. El fracaso es doloroso para todos, pero entra a for– mar parte de la vida. El hombre ;¡eneroso lo supera con facilidad. El resentido lo detecta más amargamen– te y no olvida la humillación que le vuelve cada vez más reconcentrado y cada vez más agresivo. No lo dejará traslucir en sus palabras, aunque con frecuen– cia "acusa el golpe", porque ya dijimos que es pueril– mente vanidoso. No obstante, hay situaciones en que espontáneamente descubre la amargura y la agresivi– dad que le corroen por dentro. El hombre más hábil y astuto olvida alguna vez su máscara y aparece des– nudo ante el público" Y cuánta tristeza, cuánta soledad y cuánta vileza ocultan por dentro los resentidos. Entre los componentes que integran esa pócima oscura del resentimiento figuran la falta de generosidad, la ignorancia voluntaria del prójimo, el despecho ante la propia incapacidad para triunfar en la vida, el ais– lamiento amargo, la falta de popularidad, la adulación de los podercsos con fines rentables, la valoración exagerada de sí mismo. La acumulación de estos fa– llos, muy graves desde el punto de vista ético y social, 123
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