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36 P. PIO M." DE MONDRBGANBS, O, F. M. CAP. Luego nos cuenta la visita a su prima Santa Isabel. En aquel encuentro feliz se manifiesta claramente el gozo de María. «Así que oyó Isabel el saludo de María, saltó el Niño de su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo, y clamó con fuerte voz: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí? Porque así que sonó la voz de tu salutación en mis oídos, saltó de gozo el Niño en mi seno. Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor» (16). De ningún modo podemos deducir mejor las delicias de María Santísima en llevar en su seno el Corazón de Jesús que de las admirables y breves palabras que con– testó a su prima Santa Isabel, que se repiten todos los días en la liturgia de la Iglesia. Dijo Maria: <e Mi alma magnifica al Señor, y salta de júbilo mi espíritu en Dios mi Salvador ; porque ha mirado la humildad de su sierva ; por eso todas las generacio– nes me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo. Su miseri– cordia es de generación en generación sobre los que le temen. Desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se engríen con los pensamientos de su corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes. A los hambrientos llenó de bienes y a los ricos los despi• dió vacíos. Acogió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia. Según lo que había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa» (17). Este admirable cántico de María nos indica el agra- (16) Luc., I, 41-45. (17) Luc., I, 46-36.

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