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HORNO ARDIENTE DE CARIDAD 245 considerar el amor inmenso de un Dios que muere por nosotros gusta de la gratitud, de la suavidad, etc. Se ale– gra de la apertura de su costado; porque por ella cono– cemos las riquezas de su Corazón amantísimo (5). San Bernardo, abad de Claraval (1091-1173), fue uno de los escritores místicos más notables de aquella época. Sus obras están llenas de unción, de piedad y de dulzu– ra ; por esto ha pasado a la historia con el título de Doctor Melifluo. Su doctrina presenta como objeto prin– cipal la imitación de Jesucristo en Belén y en el Gólgo– ta; las humillaciones de la Infancia y los dolores de la Pasión. San Bernardo, gustando de Jesús, dice: Me! in ore, in aure1 melas, in carde iubilus. Jesús es miel en la boca, armonía en el oído y júbilo en el corazón (6). A través de las heridas del cuerpo penetra en los misterios de bondad y de misericordia del Verbo Encarnado, que descendió del cielo por nuestro amor. «Patet arcanum cordis per foramina corporis; patet magnurn il/ud pieta– tlis sacramentum, patent víscera misericordiae» (7). San Bernardo ejerció también una poderosa influencia en sus dos discípulos y amigos Guillermo de Saint-Thierry (t 1150 y Guérrico, abad de Igny (t 1160), y en los monjes de sus numerosos monasterios que irradiaban 1,a piedad afectuosa hacia J:esucristo Redentor. La devoción especial al Sagrado Corazón de Jesús se presenta ya muy clara en San Buenaventura de Bagnorea (1221-1274), llamado el Doctor Seráfico de la Orden Franciscana. En sus escritos se armonizan admirable– mente la doctrina especulativa y la afectiva. Es un doctor (5) P. L., 158, col. 761, Med. X. (6) P. L., 183, col. 847. (7) P. L., 183, col. 1072.

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