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HORNO ARDIENTE DE CARIDAD 243 piadosas mujeres que le seguían en el apostolado y le daban hospitalidad. Sentía amo,r especial por los niños inocentes, por los enfermos, pobres y miserables, a los cuales curaba y ali– viaba. Convirtió y perdonó a muchos pecadores, como a la Magdalena, a San Pedro, a la adúltera, al Buen La– drón, etc. Pasó por la tierra haciendo milagros, curando enfermos, convirtiendo pecadores y haciendo bien a todos. «Antes de la fiesta de la Pasión, vierido Jesús que lle– gaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, al fin extre– madamente les amó» (2). Los Apóstoles, entonces todavía cobardes y débiles, du– rante la Pasión le abandonaron; pero después de haber recibido el Espíritu Santo el día de Pentecostés se lle– naron de fortaleza ; fueron transformados por el Espíritu Santo y anunciaron al Redentor por todo el mundo en– tonces conocido, sin temor a las persecuciones ni a la misma muerte. Su deseo ardiente era anunciar a Cristo y morir por el testimonio de la fe en el Salvador del mundo. En las Epístolas de San Pablo se hallan rasgos de amor profundo que el Apóstol de las Gentes tenía a Cristo y a Cristo crucificado. En los Santos Padres de la Iglesia primitiva se en– cuentran algunas exhortaciones sobre el amor que d.ebe– mos profesar al Redentor, pero nada de especial acerca del Sagrado Corazón como tal. Podemos decir que, en general, en los diez primeros siglos no se encuentran ideas y doctrinas claras, concre– tas y determinadas acerca del culto o devoción especial (2) Jn., XIII, l.

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