BCCCAP00000000000000000000738

216 P. PIO M.ª DE MONDREGANES, O. P. M. CAP. viaré» (109). En efecto, Jesús consolaba y confortaba a María y ):osé en las diversas contrariedades de la vida en familia. Confortó a su padre putativo en la hora de la muerte. Confortó a su Madre al separarse de ella y em– pezar la vida pública. Confortó a los Apóstoles, después de las vanas fatigas de una noche sin pesca; confortó a la viuda que lloraba sobre el cadáver de su único hijo. Confortó a las dos hermanas que lloraban al hermano Lázaro puesto ya en el sepulcro. Confortó a los ciegos, a los mudos, a los paralíticos, a los enfermos, a los tris– tes, a los pobres y desamparados. Confortó al paralítico de Cafarnaum, a la samaritana de Sicar, a la adúltera en el pórtico del templo, a María Magdalena que lavó sus pies con sus lágrimas y los limpió con sus cabellos en la casa de Simón el Fariseo. 3. El Corazón de Jesús es la fuente de consuelos verdaderos, no sólo durante su vida pública en este mun– do; lo es también durante nuestra peregrinación en este valle de lágrimas. Jesús, suave y dulcemente, nos consuela y conforta en las tentaciones, en las tristezas, en las angustias, en los· dolores, en las enfermedades y en toda tribulación. «Con– solationes tuae laetificaverunt animam>> (110). 4. Quizá alguna vez nos falte la consolación sensible de Jesús; el alma cristiana, ansiosa de perfección, puede sentir la ausencia; pero la fe nos enseña que Jesús no nos abandona y que nos conviene que se oculte a nuestros ojos sensibles para se aumente en nosotros más la fe y la esperanza, y sepamos apreciar mejor el don de Dios. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán con- (109) Mat., XI, 28. (110) Sal., 93, 9.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz