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dirigir la revista El Mensajero Seráfico en 1942, y confirmado en el mismo cargo en 1945 . Durante estos seis años al frente de la misma se sintió dotado para ejercer el apostolado de la pluma, colaborando en su mantenimiento mediante una sección espe– cial, titulada «mis modos de ver», que se hizo famosa por su manera peculiar de abordar los problemas del momento. En 1958 fue destinado a la parroquia de Santa Clara, en Cuba, y allí se vio obligado a diversificar su apostolado en tra– bajos muy diferentes: ministerios parroquiales, albañilería, enfrentamientos dialécticos con los masones . .. Sin embargo, los cubanos y su tierra le llegaron al corazón. Más tarde confesaría con nostalgia que, a pesar de las inclemencias físicas y morales, estaría dispuesto a volver a Cuba, «aunque fuera de rodillas». Ya había sucedido, años antes, durante la guerra de 1936 en España. La llegada de la revolución comunista de Fidel Castro comenzó a deslocalizar a los religiosos que se vieron obligados a abandonar sus tareas apostólicas, sus conventos y las activida– des sociales en que estaban implicados. En noviembre de 1960, la policía represiva pretende apresar al padre Casto por haber hablado de la injusticia que se estaba cometiendo con la refor– ma urbana, y es sometido a un interrogatorio en el propio con– fesonario en que se encontraba ejerciendo su ministerio, en la iglesia de Miramar. De momento no es detenido y aprovecha la ocasión para salir precipitadamente de la isla camino de Costa Rica... En 1961 se encontraba ya en Tucupita, su primer desti– no en tierras venezolanas. Unos diez años permaneció en esta ciudad empleando su tiempo en visitar caseríos, dirigiendo la Acción Católica y el colegio José Gregorio Hernández, impartiendo clases en el liceo y en el colegio Sagrada Familia, construyendo capillas... Su trabajo se convirtió en algo muy querido en esta ciudad. Sola- 495

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