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dad socio-política del vicariato con el auge de la minería, del turismo, de los negocios fronterizos con el Brasil, etc. La misma dinámica de las comunidades indígenas, con una cultura en evolución, pueblos que se convierten en ciudades y un mundo de indios que pasan a ser criollos y advenedizos, planteó la necesidad de nuevos servicios en las tareas docentes y servicios religiosos. A todos estos retos trató de dar respuesta la misión del Caroní. Los años fueron pasando en medio de trabajos, proyectos, éxitos y también algunas desilusiones . Justamente al cumplir los setenta y cinco años, el 14 de junio de 1990, Mons. Mariano presentó su renuncia que, tras una demora de tres años, le fue admitida el 31 de julio de 1993. El 1 de octubre quedó liberado de responsabilidades en el vica– riato al tomar posesión del mismo cargo Mons. Santiago Pérez, ya fallecido. Él, sin mayores formalidades, se retiró para vivir como un fraile más en la residencia de La Florida de Caracas. Su tiempo no se paró; con más calma, pero sin pausa, siguió co– laborando en el mantenimiento del culto, solemnizando algunas ceremonias religiosas y trabajando en pro de la cultura pemón. No desaprovechó tampoco algunos momentos que se le brindaban para su esparcimiento: pegado a la radio o la panta– lla de televisión seguía las competiciones futbolísticas de su equipo preferido, el Real Madrid, participando con fidelidad de hincha en sus alegrías y en sus frustraciones. Desde 1989 seguía un tratamiento médico para aliviar su deficiencia cardíaca. Era un tratamiento muy fuerte que compli– caba su actividad. Más tarde, en una temporada de vacaciones pasadas en España, se sometió a diferentes análisis para contro– lar su salud. Se le detectaron algunas anomalías, pero, aparen– temente, sin excesiva gravedad. 467

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