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Enero trador y colaborador de la revista El Santo, y siguió publicando inte– resantes artículos en Venezuela Misionera, en cuyas páginas había ya prestado anteriormente su colaboración. No descansó durante los últimos años de su vida pasados en Nueva Orleans: fue Coadjutor en diversas parroquias; realizó su– plencias cuando otros sacerdotes estaban impedidos para ejercer su ministerio, y prodigó sus atenciones espirituales a los miembros de las comunidades de habla hispana que necesitaban su colaboración. Religi,oso siempre dispuesto al trabajo, no se contentaba con elfiel cum– plúniento de sus obligaciones, sino que encontraba tiempu pu:ra culabumr prestando sus servicios a los demás. Con gran acierto y eficacia desarrolló su apostolado misional, mane– jando, con la misma dedicación y generosidad, los utensilios para trabajar en el campo, la máquina de cine o la pluma para dejar constancia de su formación. Tuvo siempre, en sus trabajos, una inquebrantable confianza en la Providencia, pensando en aquel dicho: «la Providencia habrá madruga– do más que yo». Eran muy notables su afabilidad y su don de gentes: como reconoci– miento a su trabajo, a su entrega a los demás y a la atención espiritual que prestó a cuantos reclamaban su ayuda, fue por todos querido, y todos le recuerdan con cariño. BIBLIOGRAFÍA: AO 82 (1966) 314; BOP 19 (1966) 29-31; VM 26 (1966) 92 s; Pacífico 236; EV 15 s; Baltasar de Matallana, Luz de la selva (Madrid, 1948). 70
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