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a las emisoras, que tienen obligación de dar cabida en sus programas a urí cincuenta por ciento de música venezolana.· Esta condición se realizará únicamente cuando c·ollllpositor e intérprete, ambas cosas juntas, sean vene– zolanos. Quienes están al frente de las emi- .soras, desde ahora, han de aprender a con– jugar un Frank Pourcel con una Mirla Caste– llanos, y el influjo de un show negroide ha de ser contrarrestado inmediatamente con un polo margariteño. Se ha ju$tificado una determinación así diciendo que los. autores y cantantes patrios necesitan ser aupados, y que tal medida sus– citará ganas de superación en los jóvenes valores. Lo que no se ha hecho ver es el hastio que tal ley puede engendrar hacia eso mismo que se quiere promover. La decisión ya está llamando a la puerta de la opinión pública. Veremos qué recibi– miento la dispe11sa ésta. Lo cierto es que, sigiuendo los pasos del petróléo, también el arpa exige sus dere– chos: tener un público asegurado, adquirir prestancia social. · ("Mensajero Seráfico", 1971).
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