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680 «ALVERN!A)) en una simple visión, mirada o atención, amo– rosa en si, hacia algún objeto divino, ya sea Dios en Sí mismo, o alguno de sus misterios, u otras verdades cristianas. El alma deja entonces el discurso, y se vale de una dulce contemplación que la mantiene en dulce sosiego y atención y la hace susceptible de las operaciones e impre– siones divinas que el Espíritu Santo le quiera comunicar; trabaja poco y recibe mucho; su tra– bajo es grato, y no por eso deja de ser fruc– tuoso; y como cada vez se llega más de cerca a la fuente de donde manan la luz, la gracia y las virtudes, recibe más y más de ella» (82). Los dos actos principales de esta oración, son: mirar y amar. El alma, poseyendo ya las verda– des de la fe, las contempla con un acto directo y se goza sin esfuerzo. La mirada va siempre acompañada del amor; éste puede ser impercep– tible o ardiente, tranquilo o violento, amargo o gustoso. Se mira porque se ama; se mira para amar, y el amor se alimenta y se enciende mi– rando y contemplando. En esta oración se simplifica el trabajo del en– tendimiento por la supresión o reducción de los discursos, de los análisis, de las comparaciones, de las reflexiones que caracterizan la meditación discursiva. La mirada del alma descansa en la divina presencia, contemplando con quietud y so– siego las verdades de la fe. Análogamente suce– de en la voluntad. Antes eran muchos y variados los afectos de amor, de gozo, de dolor, de com– paración, de petición, etc.; pero ahora un afecto tranquilo, profundo, que parece que domina el espíritu, puede durar mucho tiempo y apacen– tar el alma entera. Esta simplificación luego se va extendiendo a toda la vida espiritual. Cum– pliendo los deberes y ocupaciones ordinarias, el alma permanece unida a Dios interiormente; las obras de celo, el estudio, los trabajos, etc., se rea– lizan en la presencia de Dios; las acciones más ( 8'.l) Cfr. AD. TANQUEREY, Compendio de Ascética y Mística, p. 810, n. 1.364. Tournai. 1930.