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638 ((ALVERNIAJ> en la Iglesia. En el magisterio de los Santos Pa– dres, Doctores y Pontífices; en la fortaleza de los mártires; en la santidad de los confesores y de las vírgenes; en la piedad de los fieles de toda la Iglesia militante. Su acción santificadora no se ejerce solamentP sobre la Iglesia en general, sino también en cada uno de los creyentes en particular, en la santi– ficación individual y personal de los miembros del Cuerpo Místico. Y, en primer lugar, el Espí– ritu Santo nos comunica la gracia santificante, por la cual somos hijos adoptivos de Dios, con– sortes de la divina Naturaleza, herederos del rei– no d'" los cielos y coherederos con Cr:sto <18D. Renacidos a nueva vida ex aqua et Spiritu Sanc– to (182), sentimos que Él nos da testimonio de que somos hijos de Dios (183). Con la gracia viene en nosotros todo el es– pléndido cortejo de las virtudes infusas, entre las que brilla más hermosa y domina soberana, la caridad, que se difunde en nuestros corazones por medio del mismo Santo Espíritu que se nos comunica (184). Somos templos vivos del Espíritu Santo.--Mem– bra vestra templum sunt Spiritus Sancti (185). Vos enim estis templum Dei vivi (186). San Pa– blo escribe a los cristianos: «Vuestros miembros son templo del Espíritu Santo; sois templo de Dios.» Somos tabernáculos de Dios: de nosotros h2. hecho un pequeño cielo colocando un trono en nuestro corazón. Quien ha recibido el Espí– ritu Santo lleva a Dios en sí mismo. Se cuenta de Leónidas, padre de Orígenes, que se inclinaba en la cuna, donde reposaba el niño, y le besaba en el pecho. Maravilladas algunas personas, les dijo: «Yo adoro a Dios en el corazón de este ni– ño bautizado.» Nuestro cuerpo es un vaso consa– grado por la presencia del Espíritu Santo, y co- í 181 ¡ JI Pct., I, 4. 1182) Joann., III, 5. ¡ 18::l) Rom., VIII, 16. (184) Ibid., V, 5. (185) I Cor.. VI. 19. (186) II Cor., VI, 16.

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