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CAP. !.-PUEBLOS DE CULTURA INFERIOR 599 plo, de una persona, basta poseer un cabello, una uña, un diente, etcétera; para atraer la lluvia, arrojar algo de agua al aire. 3. Creen también en un Poder supremo, organizador y sobe– rano del mundo, dueño de la vida y de la muerte. Para los Bantúes Mu-lun-gu está fuera de todos los demás seres, habita en una es– fera exclusivamente reservada y no tiene plural. Se llaman el Or– ganizador, el Creador, el Poderoso, el Grande, el Viviente, etc. (7). De ninguna manera puede ser influído, ni la magia se puede refe– rir a él, ni se le puede representar por fetiche. Los hotentotes, por la mañana, al salir el sol, vuelven su rostro al Oriente y elevan su plegaria al Tisui-Goa, Padre de todos. Los hamitas no cono– cen templos ni imágenes, pero tienen siempre en la boca el nom– bre de Dios, En-Ngai. Las tribus de Australia y Australasia creen en el Ser Supremo, que llaman Padre de todo, AlL-Father. En Vir– ginia (América del Norte) le llaman Ahone, Dios pacífico y bue– no. En la Patagonia, los indígenas hablan de un Hombre Grande Negro, que atraviesa las montañas, que conoce todas las palabras y todas las acciones. Así podríamos citar otros muchos ejemplos. 4. Es muy común la creencia en los espíritus buenos y malos, favorables y malignos, en la inmortalidad del alma y la existencia del otro mundo, al cual entramos por la puerta de la muerte. Apre– cian la diferencia entre el bien y el mal moral, que se manifiesta en los sentimientos de justicia, de responsabilidad, de libertad, de obligación, de pudor, etc. Lo cual es un reconocimiento, por lo me– nos implícito, de la conciencia moral. 5. También tienen algunas prescripciones e inhibiciones, como la exogamia entre los bantúes, que les obliga a escoger esposa fue– ra del clan o tribu, reprobando los incestos y las uniones consan– guíneas. Sus prohibiciones vienen denominadas comúnmente con el nombre de tabuísmo. El tabú es una palabra de procedencia po– linesia, que significa la inhibición de usar de algunas cosas, o en determinados modos, por el temor de que estén escondidas en ellas las fuerzas sagradas o los espíritus. Las transgresiones de estas prescripciones pueden causar enfermedades y hasta la muerte. Para los antiguos japoneses bastaba tocar las vestiduras del Mikado para hincharse y morir. No faltan tampoco las ofertas de comida, de vestidos, utensi– lios, y a veces, víctimas humanas, cuya sangre se vierte delante del ídolo o sobre la tumba de algún antepasado. Por lo común se ofrecen para aplacar a los espíritus hostiles. Teniendo en cuenta el misionero estos elementos, le será más fácil ir introduciendo paulatinamente en las inteligencias de los infieles los verdaderos conceptos, aprovechándose de lo útil y bue– no y eliminando lo erróneo y supersticioso. (7) Cfr. CARMINATI, I! 1iroblema Míssíonario, pp. 69 y sigs., IBergamo, 1925.

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