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- 62 - aquella fortaleza de ánimo que le haga inconmovi– ble a toda prueba y tribulación. El más feliz de los mortales es aquel que tiene menos infelicidades. Pero es gran infelicidad no tener ninguna.· La prosperidad constante, o afemina o hace or– gullosos. Felipe de Macedonia, habiendo recibido tres buenas noticias en un día exclamó: «¡Oh fortuna, envíame alguna pequeña desgracia para interrumpir una felicidad tan continuada!" Felipe II al saber la desgracia de la Armada in– vencible, quedó inmutable y exclamó: « Yo doy gracias a Dios porque me ha dado valor para vol– ver a poner en el mar otra tan poderosa ... " Oprimidos por el dolor de pérdidas sensibles imitemos a este Monarca o a Federico IVel Pacifico, que al no poder impt>clir que el Rey de Hungría to– mase Berlín, la capital de su reino, escribía en las murallas de los lugares donde se alojaba: «Rerun irrecuperandarnm oblivio suprema felicitas.» Suma felicidad es olvidarse de cosas que pue– den recobrarse. "No hemos de juzgar las cosas a nuestro gusto, dice San Francisco de Sales, sino al de Dios: esta es la gran palabra. Si somos santos según nuestra voluntad, nunca lo seremos; seárnoslo según lavo– luntad de Dios.» (Carta 740.) Sepamos conformarnos en las desgracias unién– donos a esta voluntad adorable.

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