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- 61 - El orgullo en estos casos es muy mal consejero. No se arregla con él la crisis de valores. Quien se obstina en andar por mal camino, acu– mula errores sobre errores, y el sinsabor de haberse equi\iocado se suma a amarguras siempre nuevas. No hay hombre más desgraciado y antipático que el que maldice a cada instante de su profesión, y sin embargo, se ve precisado a seguirla, o por necesidad, o por serle imposible cambiar de camino, Nada más agradable y simpático que quien se amolda a su profesión como a un estuche de ter– ciopelo suave y templado hecho expresamente para él. No cuentes jamás con el presente, _fija la consi-. deración en lo futuro para mantenerte en el esca– broso sendero de la virtud. La virtud se compra a expensas del infortunio. Pero un hombre virtuoso, tiene la esperanza como el más dulce apoyo de la vida. ·«A todo el que se renuncia, siquiera fuese un vulgar artesano, le tengo por grande hombre». (La– cordaire.) La inteligencia, el corazón, el c;onocimento de los hombres y la perfección son los. cuatro valores inapreciables que deben sef\drnos para arreglar y enderezar la vida por la senda de la voluntad de Dios. Feliz aquél· c¡ue puede decir: mis enemigos y rivales censuran en mí upos vicios que no tengo. Más feliz y valeroso aqnel que haya conseguido
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