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66 Lo portentoso del P. Estehan de Adoain do que el · Gobierno y el Clero envenenaron las agúas, lo cual, decían ellos, había ocasionado la epidemia su– frida poco antes. El P. Esteban recorrió toda la región sublevada dan– do misiones- en veintidós, poblaciones. No era empresa para un pusilánime presentarse en algunas de ellas. Audacia ' nada común fué necesaria para entrar en Conguaco. Los revolucionarios habían asaltado tumultuosamen– te el Jemplo ' parroquial a la hora de la Misa, lanzando gritos de exterminio y muerte. El Gobernador y el Cu– ra refugiáronse en la sacristía. Los asaltántes forzaron la puerta ~r asesinaron al Gobernador, respetando al Cura que aun estaba revestido de los ornamentos sa– grados. Un batallón .de soldados fué enviado para sofoc:ar el movimiento. Capturados los cabecillas fueron fusi– lados sin formación de causa. Y así se logró restable– cer el orden. Pero éste era sólo aparente. El pueblo era una fiera atada con un hilo. Esperaba ocasión oportuna para dar un nuevo asalto. En estai:; circunstancias· de sumo peligro llegó el Pa– d re Esteban. Ante las predicaciones del Siervo de Dios cambió de aspecto la población. Los tigres sedientos de sangre se convirtieron en mansos corderos. · Todos acudieron a purificar sus concie:icias con los Sacramen– tos de Penitencia y Eucaristía. Fué tan completa ,la victoria espiritual obtenida por
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