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56 Lo portentoso del P. Esteban de Adoain era grave para un hombre que vivía en medio de tan– tas privaciones, desprecios, destierros, enfermedades, amén de muchas ingratitudes e incomprensiones por parte de sus amigos. · - Agréguese a ello la vida dura, asendereada que en Cuba estaba arrastrando, sin disponer de un céntimo ... Con tentaciones menos graves han caído hombres que parecían columnas robustas de la Iglesia. El Padre Esteban miró con ojos compasivos a la bella mujer, que era una oveja descarriada. Desde lue– go se propuso conducirla al aprisco del Buen Pastor. Y usó un modo insinuante inspirado por la caridad, como hizo Jesucristo con la Samaritana. Y contesto: -Iremos al Canadá. Bien. ¿ Y después? ... -Después, agregó ella, viviremos donde nos con- venga y con vida descansada, alcanzaremos una vejez feliz. -¿Y después? Insistió el m1s10nero. -Podremos viajar por España, si usted desea visitar su país. Y el Padre Esteban insistió una y otra vez en la misma pregunta, hasta que la mujer hubo de con– testar: «Después no nos queda sino morir en paz de Dios ». ¿En paz de Dios dice usted? repuso el misionera, eso es precisamente le que nos faltaría, la paz del alma, que tendría que comparecer ante el tribunal de Dios, sin poder alegar ninguna excusa en descargo de su enorme responsabilidad. El Padre Esteban continuó hablando acerca de lo
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