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186 las argucias de los sofistas. Solo una vida sin moral o una cien– cia materialista pueden oscurecer en la conciencia el senti– miento religioso, que ha sentido el hombre de todos los siglos. Yo no le prohibo, por ahora, que lea Vd. todas esas obras de hombres de ciencia que me cita, pero me ha de permitir le recuerde las sabias palabras de Ampere cuando decía que «con un oido debemos escuchar a los sabios y con otro las verdades eternas». Por lo demás habrá Vd. comprendido que en la presente carta no le hablo sino de la religión natural que se funda en la naturaleza misma del hombre, ser contingente, producto de la omnipotencia y bondad divinas, religión que puede ser co– nocida por solo las fuerzas de la razón y que tiene un fin me– ramente natural, pero, por algo que en mis anteriores le he expuesto, se habrá dado cuenta de que esta religión natural está. sublimada por otra que se llama religión sobrenatwal y positiva, que dependiendo solamente de la líbre voluntad de Dios, sólo por la :revelación puede ser conocida, :y no la hubiéramos conocido si Dios no nos la hubiera manifestado. El hombre comprende, aunque de un modo vago la suma de relaciones naturales que a su Creador le unen y los debe– res que esas relaciones imponen; pero tratándose de asunto tan transcendental como el de la eternidad de su criatura pre– dilecta, no quiso Dios dejarlo abandonado a su razón siempre débil, vacilante y oscurecida, sino que quiso perfeccionarlo, completando la suma de verdades religiosas, aclarándole los deberes que tiene, haciendo más íntimas y numerosas esas relaciones y presentándose El mismo, como ·fin último, abso– luto y sobrenatural del hombre, señalándole lo que debe creer y lo que debe o6rar para un.irse con El mediante el entendi– miento y la voluntad en esta vida, y así llegar a la visión di– recta y a la unión efectiva con Dios en la otra. Esto es hf!Ue se llama el orden o religión sobrenatural, que no tiene otro fin sino elevar, perfeccionar y completar el orden y religión natural.