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184 como los enfermos de un hospital en una ciudad populosa. Pues ¿porqué hay tantos que no practican y hablan con– tra la religión? Pues sencillamente porque así es la triste psi– cología del hombre. Unos por vanidad, ya que así se creen más hombres; otros porcobardía, por no tener el valor de afron· tar las risas y chistes de los que carecen de vergüenza y de la educación más vulgar; otros por acallar los gritos de sus conciencias manchadas, porque La conciencia a los culpados castiga tan pronto y bien, que lzay muy pocos que no estén dentro de su pee/za ahorcados; los menos culpables por haber tenido una educación religiosa deficiente, seguida de la instrucción atea del Estado; por ha– ber sufrido la influencia de personas descreídas o de lecturas y espectáculos irreligiosos e inmorales, y todos por haberse dejado dominar por un orgullo y una ntcedad, que corre pa– rejas con su ignorancia y falta de preparación. Esta y no otra es la causa de su irreligión. Mucha falta de estudio y de edu– cación, a pesar de las vueltas que dan a cuatro ideas de eru– dición folletinesca, Pretendiendo alumbrar al mundo entero Con la lwz de su eshipida mollera... Y es su cabeza una percha de sombrero. Veo que vuelve Vd. a la carga y me va buscando las cosquillas con la irreligión de hombres como Littré y otros parecidos. Vd. ignora algo que yo sé. Nunca he temido a los hombres que buscan con sinceridad la verdad, pues ellos com– prenden por lo menos, el respeto que se debe al fenómeno religioso y en muchos casos ese respeto los ha llevado a la luz que buscaban. Littré era demasiado genio para no ver la luz cuando se le ponía delante. ·. A los veinte afíos dominaba ocho o nueve idiomas y escribi6 profundamente de ciencias, filosofía y sociología y aunque se nota la influencia que en
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