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CARTA VEINTICUATRO La religión es una obligación natural UY señor mío y amigo: Cr~o que el saber a dónde, se va cuando uno se mueve, es un gran principio de ~ "' sentido común; porque eso de caminar-y quien dice caminar, dice razonar-a tontas y a locas y como a ver lo que sale, es perder fósforo y tiempo, dos cosas de gran valor en la vida, sobre todo tratándose, no de descubrir la América ni de inventar la pólvora, sino de problemas religio– sos planteados, estudiados y discutidos desde hace ya muchos siglos. Comprendo perfectamente lo que Vd. me dice respec- to a la diferente posición en que nos encontramos los dos en esta controversia, que se reduce a saber quién tiene razón, si Vd. defendiendo sus puntos de vista en materia religiosa o yo afirmando los míos. Es verdad que Vd. busca la luz que ilumine su inteligencia y la paz que tranquilice su corazón, porque las ideas que se ha formado de Dios, del universo y del· hombre, ni le convencen, ni le satisfacen del todo, antes bien encuentra en ellas algo de inconsistente y nebuloso, mientras yo estoy convencido de las mías, aquilatadas como las tengo con el estudio y la meditación, de modo que poseo una fe ra– cional y filosófica, que quisiera comunicar a los demás, seguro de hacerles un gran bien. Por éso contesto a sus objeciones, procuro aclarar sus dudas y le expongo algunas de las razo– nes en que apoyo mis creencias, esperando que un entendi– miento como el suyo no ha de dejar de comprenderlas. Por fortuna no pertenece ya Vd. a ese ejército de incons– cientes, que ni siquiera han aprendido todavía a no hablar de "lo que ignoran y porque fuman a destajo y vuelven a casa al amanecer, después de haber gastado la suela de los zapatos
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