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179 cumplir los preceptos de la ley natural, es sin embargo tan grande su inclinación al mal, tan frecuentes las dificultades y tan fu'ertes sus pasiones, que en la práctica no hay hombre, que sin la ayuda de Dios, 'pueda: mantenerse toda la vida en el camino de la moral y la honradez. Negar estas cosas que todos las sentimos, pero que no todos tenemos el valor de confesarlas, no es si no ganas de perder el tiempo. En cuanto a i:¡fiqnar que Dios no ne.cesita de· oraciones, porque ya conoce nuestras necesidades, no deja en cierto mo– do de tener Vd. razón. Pero .si El no las necesita; las necesita– mos nosotros para pedirlelas grach1s de que carecemos y ren~ dirle. el homenaje denuestra dependencia. El .que Vd. no ne– cesite ele 111i dinero, no me exime a mí de pagarle to que le de– bo. Sabemos pensar y hablar y Dios quiere que nos dirijamos a El libre y conscientemente, como corresponde a to que somos. En fin, si todo ésto bien meditado no le .convence de la necesidad que tenemos de la oración y si. el orgullo te impide caer de rodillas ante Dios, para repetir con los versos de Harencourt: Oh/ ne pouvoir plier l'orgueit de mesjarrets Sur ces dalles que lant de douleurs ont baisées/ Ne plus pouvoir prier sur les marches usées Des vieux autels que j'adorais! (1) tenga al menos el buen sentido de respetar a los que, más fi– lósofos y menos cobardes que nosotros, saben serconsecuen– tes con sus ideas religiosas. Es lo menos que puede pedirle su affmo. s. s. (1) ¡Oh\ que no pueda yo doblar el orgullo efe mis rodillas sobre es– tas losas que tantos dolores besaron! ¡Que no pueda ya orar sobre el gas– tado pavimento de los viejos altares que adoré efe niño! 13

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