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114 filosofía más elemental, como he de tener ocasión de demos– trárselo. Pero sí voy a decirle algo, acerca de la única prueba que Vd. aduce en confirmación de sus atrevidas palabras. «Ahí están-exclama-los dogmas, exaltación de la ofusca– ción y del sofisma, acumulados Concilio tras Concilio,» -Créame, mi buen amigo, que me tendría por muy dichoso, si fueran menos de doscientas las veces que he .oído todas esas cosas que Vd. me dice y en las que no hacen sino repe~ tir la misma placa y dar palos de ciego. Veo que desconoce Vd. por completo la función de los Concilios. Los Concilios ni crean, ni acumulan dogmas. No hacen sino estudiar, juzgar y discutir si una idea religiosa se debe o no se debe creer. Vd. comprenderá que siendo la Iglesia una sociedad religiosa es necesario que exista en ella el orden y la unidad de doctri– na. ¿Y quien ha de fijar y mantener esa unidad y ese orden en las creencias, sino la autoridad competente? Los Protes– tantes saben por experiencia el desorden y la división que trae consigo el libre examen y el criterio particular. En la so– ciedad civil ¿quien establece las leyes y vela por su cumpli– miento sino la autoridad? Y Vd. que pide se imponga a la so– ciedad, «sea como sea» una moral social ¿protesta porque ha– ce eso mismo la Iglesia? Por otra parte, el Concilio no es si– no un cuerpo consultivo del Papa que es en quien reside la verdadera autoridad dogmática y moral como único represen• tante de Jesucristo; y yo quisiera que leyera Vd. las Actas de cualquier Concilio, para que se diera cuenta de la seriedad con que se estudian, se profundizan, se ponderan y se discu– ten las cuestiones religiosas antes de elevarlas a la categoría de dogmas. Entonces vería la base granítica de razón sobre que descansa su proclamación y tendría que confesar que pa– ra ser lógicos, antes de desechar :uno solo de ellos, debiéra– mos negar todos los sistemas filosóficos y todos los postula• dos de la ciencia. Me dice también que nosotros los católicos, cuando ar•