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P. Eusebio Villanueva Sábado-Domingo: 8-9 Enero 1994: GUAR– DIA NOCTURNA EN EL ALBERGUE S on las 6' 15 de la tarde cuando abro mi paraguas en la acera. Me voy para el Albergue. Llueve a compuertas abiertas. No está Noé para chubascos... Llueve de inundación para arriba. Los pluviómetros estarán borrachos de lluvia... Aquí llueve con sol, sin sol y bajo todas las lunas... Además es invierno. Y, en los libros, invierno es estación de vivir del «sebo» junta– do; de los deportes del frío...; de chuparse los dedos por si calientan... En los libros de invierno es la estación de las lluvias sin misericordia o de la nieve y el frío, de la alta montaña esquiable y de la chimenea encendida, lejos del miedo a los aludes y a los lobos... Aquí nos toca el agua en cantidades, si no navegables, si chapuzables. Llego al Albergue de prisa y en 25 empapados minutos. Y con un dolor de cabeza más allá de toda santidad. Me informa la Hermana de la situación de los albergados. Hay problemas, como siempre donde hay personas, gracias a Dios no «clónicas» ... Dos mujeres en situa– ción de enajenación mental, bastante pronunciado y acentuado por alcoholismo. Difi– cultan la convivencia, especialmente en las horas de reposo. Algunos con tema sida. Y algún pendenciero, con el genio escarchado por los cambios de luna... Otro con la cara parcheada por que le han dado golpes a manta... Y es que por esas calles hay que como ladran, muerden. Y así otros seres hermanos de semejante tamaño... Pero dejo de contar estas penurias. Porque las verdades como puños, suelen ser verdades puñeteras para esta sociedad, con sus escorias de inseguridad y pobrezas... Celebramos la Misa en la Capilla de las Hermanas, nos sentimos los 2 dentro de ella y con nosotros todos estos hermanos del dolor... Menos averigua Dios y perdona. El «no quiebra la caña cascada» y nosotros los humanos la desechamos por inútil e inservible. El «no apaga el pábilo humeante» y nosotros lo abandonamos sin hacerlo caso, porque ya es cosa apagada. Dios siempre espera. Y en la misa nos sentimos llamados a esa espera y a ese respeto y a ese amor al otro. Sólo esto puede «recons– truir y encender» de nuevo... Por eso los marginados, los pobres, los que sufren, éstos, son quienes acosan y acusan a nosotros, a quienes la vida ha tratado muy bien, 254

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