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P. Eusebio Villanueva Jueves-Viernes: 23-24 Dic. 1993: CAPELLANIA EN EL HOSPITAL. D iciembre es el mes de los niños. El Dios-Niño y junto a El los niños de Dios, sus crías, que somos los humanos. La Navidad transmite ese espíritu de infancia a todos sus días. Los niños andan cuajados de alegría con los ojos maravillosamente iluminados. El colegio, la familia, las catequesis, lo llenan todo con su palabreo multipli– cado y sus risas. Son los protagonistas. Los niños son el amor de los adultos que cami– nan ahora por las calles... Incluso el Hospital en algunas plantas están decoradas con imágenes y dibujos infantiles en lleno de los colegios y sus postales. Los niños son el amor de los padres que ha echado piernas y brazos, ojos y voces para llenarlo e invadirlo todo: la casa, las calles y las iglesias. Maduración de la vida... y milagro del amor. Son los niños los que mandan. De ellos dijo Jesús es el Reino de los cielos. Uno de los salvoconductos de entrada a ese Reino es el espíritu de infancia. Dios no nos pide ser infantiles. Pero ser niños es nuestra vocación. Por eso podemos decir feliz e incondicionamente «Padre nuestro» ... Ya adultos vamos por la vida jugando a ser los más espabilados, a los espíritus fuertes, a los que han llegado... Sin embargo todos tenemos necesidad de reencontrar nuestros primeros sentimientos, nuestros primeros recuerdos y experiencias que nos dejaron «marcados» de por vida. Y reencontrar el Dios de nuestra infancia que nos amó primero. Es difícil escapar a las exigencias de esta primera célula inicial y original que puso comienzos y primeros pasos en nuestro caminar. Saber que alguien ha pensado en nosotros con cariño, antes de nosostros. Tal es lo único importante que ha dado seguridad y serenidad a nuestra persona en sus comienzos y ya para siempre: Dios y los padres. El niño sin poder es el primero a ser soñado y por eso manda. Yo recuerdo a aquella madre drogadicta, que me decía con su niño en brazos: «no me queda más que esto a qué agarrarme» ... Yo recuerdo tantos bautismos en los que era el niño el que nos congregaba a todos y nos ponía a su servicio. Yo recuerdo aquella escena tantas veces contemplada en la tele, sucedida en Budapest: en la que un tanque soviético de invasión se paraba delante del paso de un niño que cruzaba. Los recuerdos no son siempre sinónimos de nostalgia y paseismo. Hay en todo niño, en nosotros, virtudes y fuerzas que no se vuelven a tener ya más. Nosotros 216

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