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e inconscientemente a Dios incluso cuando lo atacan. Que sienten su alma mordida por los calambres del hambre de Dios. Que padecen la angustia tremenda que supone esa separación anímica, vital, de El. Uno de esos hombres fue nuestro agustiniano Miguel de Unamuno. Unas veces se rebelaba y otras veces se rendía. Quizá nunca manifestó tan bien su hambre de Dios como cuando escribió: 162 "Amor de Tí, nos quema, blanco cuerpo: Amor que es hambre, amor de las entrafias; hambre de la palabra creadora que se hizo carne; fiero amor de vida que no se sacia con abrazos, besos, ni con enlace conyugal alguno. Sólo comerte nos apaga el ansia, pan de inmortalidad, carne divina. Nuestro amor entrafiado, amor hecho hambre, ¡Oh cordero de Dios!, manjar te quiere".
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