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LA ESPERANZA CRISTIANA ra, con la adúltera, etc.... Jesús no exigía de los que a El se llegaban más que fe en su omnipotencia y confianza en su misericordia. Y lo mismo requiere hoy día de los miserables que se acercan al trono de su misericordia. Por eso, el Concilio de Trento dice a los fieles que "todos deben colocar y reponer en el auxilio de Dios una firmísima esperanza" (7). Finalmente, la santa esperanza es un prin– cipio de energía y de actividad fecunda, pues causa en nuestra alma santos deseos del cielo y de la posesión de Dios, los cuales a su vez comunican al alma el ansia, el impulso, el ar– dor para aspirar por el bien deseado. También acrecienta nuestras fuerzas con la considera– ción del premio e imprime ánimo y constancia con la seguridad de la ayuda divina. El profeta Isaías finaliza el glorioso capítu– lo cuarenta de su profecía que empieza con estas palabras: "Consolad, consolad a mi pue– blo, dice el Señor" (8), y que trata del mensaje de salvación, esperanza y consuelo de Israel, con este jubiloso versículo: "Los que confían en el Señor renuevan sus fuerzas, y echan alas como de águila, y vuelan velozmente sin can– sarse, y corren sin fatigarse" (9). (7) Sess., VI, cap. 13. (8) / s., 40, l. ; (H) Idem, 40, 31.
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