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72 P. JUSTO DE HLLARES, O. F. 111. vechoso a nuestra alma. Cantó el Salmista: "Incliné mi corazón a la práctica perpetua de tus mandamientos, por la esperanza del ga– lardón" (1). Dijo San Agustín: "Mi amor es mi peso". Así es; y por lo mismo procuremos trabajar porque en la balanza del amor, establecida en nuestro corazón, el platillo del amor de Dios pese más y tire hacia arriba, hacia el cielo, y neutralice el peso de la balanza del amor de las criaturas que tira hacia abajo, hacia la tie– rra. Conseguiremos tanto bien ejercitándonos en frecuentes y vehementes deseos de la glo– ria, nuestra Patria querida. Mas para que el deseo del cielo sea eficaz debe ser preponderante, constante, progresivo y práctico. Ha de ser preponderante el deseo del cielo, porque así lo exige la grandeza de la eterna Bienaventuranza y para que arrastre en pos de sí a todos los demás deseos y afectos de nues– tra voluntad que nos inclinan hacia los bienes terrenos. El deseo del cielo debe estar en me– dio de nuestro corazón como un rey en su tro– no, sin que nada le dispute el reinado. Ha de ser constante nuestra aspiración al cielo, porque "el reino de los cielos sufre vio– lencia y los esforzados son los que lo arreba- (1) Ps., 118, 112. Trd. de TORRES AMAT.

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