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104 P. JUSTO DE VILLARES, O. F. M, nozco que por esto me han sobrevenido tantas calamidades, y que de mi gran tristeza moriré en tierra extraña" (20). El hombre de nuestros días no tiene en su corazón la alegría verdadera, que es la del al– ma, producida por la amistad con Dios. Y no importa que ría, juegue y se divierta. Ni im– porta tampoco que goce hasta emborracharse de placer en los espectáculos escandalosos y en las diversiones nefandas. La verdadera ale– gría no reinará en su espíritu. Ni siquiera la hallará con trasladarse de una ciudad a otra, de una nación a otra para disfrutar de todos los pasatiempos mundanos. Todo esto es super– ficial, efímero. Y su alma, afligida, angustiada, por el pesimismo dominante en el mundo, ansía goces más sustanciales y duraderos. Y éstos solamente los puede dar Dios Nuestro Señor por la intercesión de la Santísima Virgen, "causa de nuestra alegría", como la llama la Santa Madre Iglesh en la Letanía Lauretana "Causa nostrae laetitiae". Pero los cristianos, no solamente tenemos derecho a la verdadera alegría, según la invi– tación que nos hace el Salmista: "Alegraos, justos, en el Señor. Bien está a los rectos la alabanza" (21), sino que estamos obligados a (20) 1. 0 M ac., G, 10-13. (21) Ps., 32', i
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