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Con ser la mujer rnás piadosa por naturaleza que el hombrP, constituye, sin embargo, la mús fuerte y constante tPnlación ele mal que encuentra el hombre en su vida. Esto no proviene tanto de la voluntad de la mujer cuanto de su naturakza y de la condición del varón; existe, empero, el peligro ele que la mujer negocie egoístamente esta fuerza de tentación, prefiriendo las conn'nÍPncias de su triunfo al bien moral de los hombres. Es su posible gran pecado social. La mujer es reflejo de la honclacl de Dios, la mujer sana y cultivada. Tal vez porque es tesoro celestial no suele en la tierra mlministrarse con acierto. La prPsencia de la mujPr en público causa mús mal que bien. 1 Por esto la Humanidad a la mujer la ha querido siempre recatada, escondida; en la calle la ha visto tentación y ruina, y con demasiada frecuen•– cia lo es. Por bien de todos la mujer precisa de control en la vida pública. Ella debe agradecerlo. Se defiende su honor y la moral del hombre. La mujer que protesta de esta tu– tela. •;p ip10ra y da seüales de perversión. InconsciPntPmPnte labora por la ruina ele la Humanidad. La mujer necesita autoriclad. El múYil vital de la mujer es su alterocentrismo afectivo. La mujer tiene el centro ele su felicirlida fuera -la mujer frn; hecha para el varón-; Pl hombre en sí mismo. El hom– bre es fundamentalmente egoista, la mujer dadivosa; el pe– ligro de la mujer ante el hombre Pstú pn su propensión a darse, el del hombre en poseer; el del hombre en el abuso de llamar, el de la mujer, Pn la facilidad de responder. La constitución alterocEmtrista de la mujer determina sus n1rncterísticas tP1nperamPntales y fundan1pnta sus vir- G1
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