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razón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». A estos dos mandamien– tos se reduce la Ley y los Profetas». (Mt 22, 34-40). 3.-EI nuevo mandamiento, distintivo de sus discípulos Cierto que el mandamiento del amor, tanto a Dios como al pró– jimo, constaba en la antigua Ley. Pero es nuevo en cuanto al modo, profundidad y exigencias, ya que nos obliga a procurar amar como El: «Hasta el fin» (Jn 13, 1). No sólo hasta el fin de la vida, sino hasta el último límite del amor. Por eso decía San Agustín que «en el amor según Cristo, no hay más medida, que amar sin medida». Tiene por tanto razón Jesús al decirnos: «Un mandamiento nuevo os doy: Amaos los unos a los otros; como yo os he amado, así debéis amaros unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, en que tenéis caridad unos con otros.» (Jn 13, 34-35) . De tal manera lo debiéramos practicar nosotros, que pudieran señalarnos como a los miembros de la primitiva Iglesia y decir: «¡Ved cómo se aman! ¡Son cristianos!» 4.-la nueva Ley de Cristo es liberadora · Decíamos en la introducción a esta lección que es San Pablo, en sus dos cartas magnas de la libertad cristiana, las que escribió a los fieles de Galacia y Roma, quien mejor nos orienta en el conoci– miento de la Ley de Cristo. Recurre San Pablo, en el cap. 4 de la carta a los Gálatas a la expli– cación alegórica de la historia de los hijos de Abraham. El hijo de Agar, Ismael, fue hijo de la sirvienta, un hijo natural; el hijo de Sara, Isaac, fue hijo de la señora, fruto de la divina promesa. Esta es una alegoría que hace referencia a los dos Testamentos de Dios: al Antiguo del monte Sinaí, que da al mundo hijos de esclavos, y al Nuevo Testa– mento de ·la Jerusalén celeste, que produce los hijos libres de Dios. Y saca la conclusión: 66 «Por tanto, no somos hijos de la esclava -de la antigua Ley-, sino de la libre. Cristo nos liberó realmente; manteneos, pues, firmes y no permitáis que de nuevo os sometan al yugo de la esclavitud.» (Gal 4, 21-31; 5, 1).
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